"L'HÉROE", UN DISPARO AMBICIOSO Y
DESVIADO [Xavier Fábregas: La Vanguardia, 12/05/83]
El 17 de abril de 1903, unas horas antes de que
en el escenario del Romea se estrenara su drama «L'héroe»,
Santiago Rusiñol se encaramaba al tren en la estación de Francia
y ponía rumbo a París. Hizo santamente: «L'héroe», que ahora ya
es un drama octogenario, fue considerado en su momento una grave
provocación. En efecto, una obra de teatro, que se atrevía a
criticar frontalmente los delirios militaristas cuando todavía
escocía la pérdida de las últimas colonias españolas sólo podía
ser obra de un idealista fanático o de un humorista cargado de
escepticismo, y este era el caso de Santiago Rusiñol. No es que
hoy las cosas hayan cambiado mucho, pero aparecen adornadas con
otros nombres y otras circunstancias, por lo tanto, si las
referencias históricas no se substituyen, «L'héroe» de Rusiñol
no ha de suscitar las iras de nadie: transcurridos ochenta años
los uniformes son diferentes, es diferente la retórica y hablar
de Cuba o de Filipinas ha dejado incluso de irritar a la parte
más fogosa del censo electoral del país. Si no se juega a la
aproximación de los nombres geográficos «L'héroe» se ha de
defender en el escenario por sus estrictos méritos dramáticos, y
eso es lo que Fabià Puigserver ha intentado al escoger el texto
y llevarlo sobre el espacio escénico del Teatre Lliure.
Ahora bien, ¿de qué manera hay que coger al texto de Santiago
Rusiñol? A mí me parece que no se le puede coger por separado,
es decir, considerándolo como un hecho aislado dentro de la
producción rusiñoliana. Hacerlo así nos induciría a encontrar en
«L'héroe» unas particularidades que no posee; la clave de un
proceso dramático no acostumbra a hallarse en una sola obra,
sino en las tendencias, las tentaciones y los procedimientos que
atraviesan los diversos períodos de escritura de un autor.
Juzgar «L'héroe» como un hecho aislado es pecar de miope. Sólo
así puede entenderse que al hablar de dicha obra se recurra al
término «melodrama»; si en el inventario de nuestra literatura
hay un escritor impermeable al melodrama este escritor es
Santiago Rusiñol. El teatro de Rusiñol puede discurrir por los
parajes de la ironía, de la alegoría programática más excitada e
incluso por las tenues atmósferas maeterlinckianas: «Els jocs
florals de Canprosa», «Cigales i formigues» y «El jardí
abandonat» ilustran aspectos de este itinerar del autor por
senderos diversos. Sin embargo, cuando Rusiñol decide
enfrentarse con la estructura del drama lo hace a partir de la
tradición del teatro catalán del XIX, una tradición repleta e
ininterrumpida desde comienzos de siglo que es la tradición del
sainete. «L'héroe», si trasciende las dimensiones y las
ambiciones del sainete —del tipo de «Els punxa-sàrries», que
Rusiñol estrena en 1904 y en el que recupera y amplía algunos
personajes de «L'héroe»— es por yuxtaposición de elementos. Lo
que dentro de la precisa mecánica de «L'héroe» tiene un sonido
de latón es, precisamente, el ingrediente tremendista del que
Rusiñol no se sabe servir y que se ve obligado a esparcir aquí y
allá a fin de acentuar la nota antibelicista del drama.
Haber montado «L'héroe» desestimando la intención provocativa
con que fue escrita, y pese a ello poner el acento en un mejunje
melodramático accesorio —que sólo se justifica en razón de
aquella provocación es un contrasentido. Y éste ha sido el error
del Lliure. El chirrido melodramático queda de esta manera
pendido del aire y la segura dinámica del sainete, en tanto que
elementó vertebrador de lá pieza, acaba por imponerse. Ya sé
que, con estas cartas en la mano, Fabià Puigserver había de
perder la partida, y habían de resultar inútiles tanto sus
esfuerzos cómo los de los actores.
En «L'héroe» hay dos excelentes interpretaciones, la de Joaquim
Cardona y la de Emma Vilarasau. Pero los personajes que
interpretan, el señor Tomás, estampa de opereta perfectamente
dibujada, y Carme, criatura de la más pura estirpe
melodramática, no encajan dentro de un mismo discurso teatral,
se destruyen mutuamente. De este desequilibrio que a mi entender
arranca del planteamiento que ¡he intentado explicar, sufren los
demás personajes del drama: Lluís Homar, Domènec Reixach, Alfred
Lucchetti, Carlota Soldevila, para citar sólo los actores con
mayor responsabilidad, cumplen de forma excelente con las
exigencias del montaje, que no son las del texto. «L'héroe» del
Lliure es un trabajo vistoso, hecho con el nivel característico
de la compañía y supone sin duda una de las aventuras más
arriesgadas y más interesantes de cuantas se han emprendido en
el local de Gracia. La escenografía de Fabià Puigserver, muy
bella pero innecesariamente naturalista, y la música de Ramón
Muntaner, ayudan de dar a «L'héroe» el acabado de un montaje
merecedor sin duda de atención, pese a lo exiguo de los
resultados.
L'HÉROE [Gonzalo Pérez de Olaguer: El
Periódico, 17/05/83]
El espectáculo que Fabià Puigserver propone en
el Teatre Lliure hecho en coproducción con el Centre Dramático
es un trabajo fluido para el espectador, brillante en su aspecto
visual (por lo que tiene de documentación de una época y de unos
tipos) y cuenta con una espléndida música de Ramon Muntaner.
L'héroe, de Santiago Rusiñol, cuando su estreno en el Romea en
1903, significó una provocación al criticar con fina ironía los
delirios de grandeza de los militares, precisamente en el
contexto del momento de la pérdida de las colonias. Hoy ése
aspecto provocador ya no existe; queda, en todo caso, el
antibelicismo de Rusiñol, su defensa humana del trabajador
honesto. Según tengo entendido, los herederos de Rusiñol no han
permitido tocar ni una coma del texto original, por lo que no ha
sido posible el acercamiento del texto.
En esta singular obra, Rusiñol mantiene su línea de sainete,
pese a que utiliza el melodrama no sólo para explicar la
historia sino para hacer más ostensible los claros motivos que
le llevaron a escribir L'héroe. Lógicamente el espectador verá
que aquello va de melodrama, pero el buen hacer de todo el
equipo del Lliure conseguirá también que ese mismo espectador
entienda al autor y sitúe la obra en su momento.
Pienso que en el espectáculo del Lliure no podemos hablar de un
buen trabajo pese a la obra, ni de que Puigserver salva a
Rusiñol. Creo que había conciencia del texto que se iba a
verticalizar, y de ahí el riesgo del Lliure y el interés que
despierta su resultado -ignoro si era esa la intención de Fabià
Puigserver, actoralmente muy bien defendido, y meticuloso en su
calidad como es la norma de la casa.,
Enmarcado en una escenografía naturalista de Fabià Puigserver,
los actores en su mayoría, dan y bien vida a unos personajes
espléndidamente dibujados. Dentro de ese buen nivel general
señalaría los trabajos de Carlota Soldevila, Joaquim Cardona y
Lluís Homar. La ternura, el humor, la ironía y el tremendismo
que conviven en la obra llegan al espectador, a quien el
espectáculo deja satisfecho. La noche del estreno hubo muchos
aplausos: uno notó que la cosa gustó, lo que me consta siguió
ocurriendo en las representaciones siguientes.